domingo, 30 de septiembre de 2012

Finjo

 
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Finjo que no te quiero
 

                               … y lo hago para defenderte de mi locura.
 

Para no perderme entre las grietas abiertas

en las paredes de mis recuerdos;                    

 
para evitar que el agua de la lluvia

arrastre hacia el abismo de mi interior

los cálidos instantes de mis pensamientos.

 
 
Finjo que no te quiero


                                    … y disimulo para que ni yo mismo

me dé cuenta de mi propio engaño;

para que otros no sepan,

                                     aunque lo saben,

lo que se esconde

tras el silbido cómplice de mi mirada.

 

Finjo que la tarde no es tarde,

y que la oscuridad acecha tras la esquina

con intenciones deudoras.

 

Finjo para que mis sueños

te den la tregua y la distancia

que yo quiero

y que tú me exiges...
 

Que no hay colores en los besos

en blanco y negro,

 

Que no hay olores que recuerden

nuestros desnudos cuerpos

entre las sábanas de anochecer.

 

Finjo cerrando los ojos a tu paso,

como si con ello

desaparecieras de mi camino,

para recordarme que no existes,

                                                     existiendo;

que todo fue un sueño

que nunca se convirtió en realidad.
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© 2012– texto y fotografía.- José Ignacio Izquierdo Gallardo
 

domingo, 23 de septiembre de 2012

Otoño




Hojas de papel
que se confunden entre la niebla.

Letras que se esconden
tras la tinta dibujada.

Pensamientos ocultos
que no dicen nada.

Recuerdos borrados,
tachados, olvidados;
sin duda presagio
de lo que ha de llegar,
o quizás rescoldos
de lo que fue y no está.

Hojas de papel pendulante,
que apenas se sujetan
en las ramas,
que esperan con paciencia
la llamada del otoño.

Ocres que anuncian la muerte,
que no por esperada
deja de ser triste,
hasta que llega el momento,
y las ramas se visten de nada
para ser fecundadas por el viento.

Llega el otoño.
                           
                               Ya huele.
                                                          
                                                    Ya siento.

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© 2012– texto y fotografía.- José Ignacio Izquierdo Gallardo
 
 

viernes, 21 de septiembre de 2012

El color de los sueños



Blanca la luna
sobre el papel negro
de la noche.

Negras las lágrimas
derritiendo los ojos pintados.

Blanco sobre negro,
negro sobre blanco.

Negro mi sueño,
sin la luz de tu mirada;
blanco el disfraz de las caricias.

Azul los deseos;
quizás rojo,
el color de los besos
y de la sangre derramada
por mis miedos.

Negra mi alma herida,
por la blanca frialdad
de tu silencio.

Y tus ojos,


¡Ay tus ojos!
…tintan de verde
las puertas de mi infierno.


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© 2012– texto y fotografía.- José Ignacio Izquierdo Gallardo

jueves, 20 de septiembre de 2012

Plenilunio




Contemplo el mar azul de mis deseos,
y no me canso.
Observo como rompen las olas
abrazando mis huellas
esparcidas por la arena de la orilla.

Como una diosa resplandeces
iluminando la noche de los tiempos
y me sonríes, acariciando con tu risa
el valor de mis recuerdos.

Vienes una vez más
a restañar, una a una,
las heridas infligidas
por el inquisidor presente,
y a limpiarme las cicatrices
del pretérito imperfecto.

Y antes de tu partida
me sonreirás,
como siempre has hechio,
y yo me dejaré envolver
por el aroma salado de tu perfume,
intentando retenerlo
hasta la llegada
del próximo plenilunio.


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© 2012– texto y fotografía.- José Ignacio Izquierdo Gallardo

A la espera




Llega la noche.

Y con ella, ese instante inacabado
en el que la penumbra invade y gana
la batalla del tiempo.

Lugar indefinido donde se vuelven
plurales los sentidos y las miradas;
donde los cuerpos se cruzan sin rozarse;
donde la piel se eriza
al sentir el frío abrazo de la nada.

Llaga la noche.

Y con ella llegan los rasgos del pasado
disfrazando mis sueños,
abriéndose paso por la fina
membrana de mi subconsciente.

Apenas dura un segundo.
Una vida vivida en un suspiro;
y sin darme cuenta, la oscuridad se apropia
de mis sentidos y los envuelve con mimo,
vigilando mis sueños hasta la llegada
de la primera claridad que acompaña a “el alba”,
y en donde de nuevo aparecen, por un instante,
tus manos, tu mirada y tu sonrisa.

Y donde nuestros desnudos cuerpos
descansan el uno junto al otro
sobre un manto de niebla
que acaricia nuestra piel;
antes de separarnos una vez más
a la espera del próximo anochecer.

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© 2012– texto y fotografía.- José Ignacio Izquierdo Gallardo

Para poder hablar de nosotros




Una y otra vez
llego siempre al mismo lugar
y en la misma hora
en la que el crepúsculo pinta el cielo
acariciando de ocres
el lienzo del atardecer.

Desde la muralla espero
que la llegada de los vientos
me traiga tus cenizas
y envuelva con cuidado los recuerdos,
para que durante unos instantes
podamos hablar de ti,
de mí, de nosotros.

Para que solo durante un leve suspiro,
en lo que se despide el atardecer,
pueda dejar de hablar de mí,
o de ti sin ti,
porque ya no existe un nosotros.

El tiempo nos mira de reojo
y los minutos se deshilachan lentamente,
dejando que las tejedoras de la noche
realicen con minucioso cuidado
un telón de oscuridad
que cubra la ciudad
y no deje escapar mis pensamientos;
por lo menos,
hasta que el violeta de la mañana
enjuague mis lágrimas
y espante mis miedos.

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© 2012– texto y fotografía.- José Ignacio Izquierdo Gallardo
 

La tahona de doña Manuela


Los silencios vuelven. Siempre vuelven. Las luces de los pequeños faroles apenas aciertan a iluminar el suelo embarrado de las calles. El agua se abre paso por las aceras arrastrando las hojas que el viento de la noche se encargó de robar de las ramas semidesnudas de los árboles. Las alcantarillas ya no pueden acoger en su seno tanta lluvia caída y tanto barro extendido que amenazan con anegar los portales cercanos.

Juan está nervioso y no lo puede ocultar. Lleva toda la tarde inquieto sin parar de pensar en dios sabe que. Se sienta en su sillón orejero, descolorido por el paso del sol de las mañanas y por el andar casino de ese tiempo que es incapaz de detener el movimiento amenazante de los minutos. Coge un libro cualquiera, de los cientos, o quizás miles de volúmenes que cuelgan de las paredes del apartamento, y lo abre; y lo cierra; y lo deja sobre la mesita junto a la taza ya vacía de café y el cenicero lleno de colillas inacabadas, y se levanta.

Recorre el largo pasillo de crujiente suelo de madera que llega hasta la puerta misma de la cocina, y entra; y sale; y vuelve sobre sus pasos para sentarse de nuevo en el sillón orejero que da la espalda a la única ventana de la habitación, fiel testigo del paso de cientos de historias que ocurrieron a uno y otro lado de sus cristales.

Se enciende otro cigarrillo y, como quién disimula por si alguien le observa, mira de reojo buscando el teléfono inalámbrico que está oculto por unos periódicos atrasados, pero el mismo silencio que ahoga la noche, inunda la pequeña estancia repleta de viejos recuerdos, de fotografías, de libros y cuadernos apilados por cualquier parte, y de olores retenidos en cada uno de sus cuatro rincones.

Ya no puede más. La angustia  agarrota sus músculos y le impide pensar con claridad. Sabe que tiene que huir de allí. Sabe que tiene que buscar el aire fresco y húmedo de la noche para poder respirar, pero también sabe, que quién le viene a buscar, tarde o temprano terminará por encontrarlo.

Ya está en la calle. Se sube el cuello de la gabardina y comienza a caminar bajo el manto de agua que le engulle en la oscuridad. Lleva la mirada fija en ninguna parte y el paso decidido, hasta que al doblar la esquina se para en seco y se queda inmóvil junto a una farola que ilumina la fachada ruinosa de la antigua tahona de doña Manuela, donde antaño su madre compraba los panecillos recién hechos que impregnaban con su olor todas las calles del barrio.

Nadie escucha su llanto. Nadie es testigo de cómo la lluvia se mezcla con sus lágrimas saladas. Nadie puede oír las palabras que salen de su garganta, mientras se deja caer de rodillas sobre la acera.

Pasan los minutos, o quizás pasan las horas. Ha dejado de llover y las primeras luces anuncian la llegada de una nueva mañana cargada de gris. La vida conquista las calles despertando lentamente de los sueños de la noche. Los vehículos avanzan imparables hacia el lugar de siempre, y los viandantes corren por las aceras sin reparar en el cuerpo inerte de Juan. Solo la efímera figura de doña Manuela, que deambula como cada mañana apoyada en su bastón de ébano, se percata de la presencia de un cuerpo abrazado a la farola frente a su antigua tienda.

Se queda mirando a Juan que ya tiene el rostro desencajado y la piel reblandecida por la humedad de la noche. No puede evitar  esbozar una sonrisa al darse cuenta que en los ojos de aquel hombre falta ya la mirada, y que la rigidez de su cuerpo anuncia el paso hacia la nada.

Dan las ocho en el reloj de la plaza. Comienza a llover de nuevo y las nubes oscurecen el cielo. Todo el mundo corre a refugiarse de la furia de las aguas mientras que con paso lento se ve alejarse a doña Manuela, pero esta vez no camina sola, el alma de Juan avanza a su lado, en silencio.

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© 2012– texto y fotografía.- José Ignacio Izquierdo Gallardo

Ausencias


 
 
 
No tuviste paciencia
para ver el mar,
para cumplir con tus sueños infinitos,
para correr por la orilla de tu playa,
para dejarte abrazar por la noche
como tantas noches imaginamos.

No tuviste paciencia,
y en un instante finito
te bebiste la noche
y  nauseaste la vida.

 No dejaste siquiera
madurar el tiempo,
y el reloj te robo la luz del amanecer,
y los enemigos de la oscuridad
me dieron muerte con tu ausencia.

 No tuviste paciencia
para la vida,
ni para sentir la espuma blanca de las olas
sobre el rumor amargo de los recuerdos;
ni para enterrar
los silencios de toda una eternidad,
en la orilla de tus sueños.
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© 2012– texto y fotografía.- José Ignacio Izquierdo Gallardo
 

lunes, 17 de septiembre de 2012

Olor a mar




Huele a mar.

A ese mar Mediterráneo
de mi juventud y adolescencia;
de cines de verano;
de caricias a escondidas;
de miradas cómplices
y de besos robados
bajo la luz suave de la luna.

Huele a mar.

A ese mar que roza mis pies
desnudos sobre la fría arena.
A ese mar donde arrojo
mis pensamientos
y vierto mis lágrimas al recordarte;
donde dejo volar mi imaginación
deseando volver a besar tus labios.

Huele a tierra mojada,
donde quedan grabadas
las huellas de mi andar cansino
y las marcas de mi culpa;
aunque solo sea por pensar en tu piel,
aunque solo sea por esculpir con arena
tu rostro, tu mirada, tu sonrisa.

Huele a mar.

A ese mar del que solo quedan mis recuerdos
golpeados por el romper de las olas,
que se encargan de borrar tu nombre
escrito en la arena.

Huele a mar.

Y ese es el último olor que retengo
en mi mente
antes de mi partida,
antes de que comience
mi incesante búsqueda
de la nada y el todo;
antes de que mis ojos
puedan verte besando otra boca;
acariciando otra piel.

Huele a mar.

Y respiro intensamente
intentando impregnarme
de su energía,
de su magia, de su fuerza
y de su bravura,
de su valentía y de su paciencia.

Huele a mar,

… a pesar de tu lejanía.

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jueves, 13 de septiembre de 2012

Voluntad



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La voluntad no es suficiente
para alcanzar a los sueños
que se disfrazan de sueños.
Ni para desvestir a las nieblas
que se ocultan
de las miradas de la noche.

 No basta que te sienta.

No basta que te piense
para dibujar tu cuerpo
sobre lienzos desiguales,
ni para intuir tú llegada
rasgando el horizonte                                        
de tu ausencia.

 La voluntad nunca es suficiente
para abrir de par en par
el balcón de las mañanas
y encontrar el día despejado.



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miércoles, 12 de septiembre de 2012

Puedo







Puedo decirme al oído,
que la vida, mi vida,
se adormeció con las primeras notas
de aquella música de violín
que llegaba desde el tejado.

Puedo seguir engañándome con la torpeza
de quién todo se lo cree, poniendo en duda
tu existencia y negando, una vez tras otra,

esos momentos en que el placer
abrazó nuestros cuerpos
y navegamos desnudos
hasta encontrar nuestro propio amanecer.

Puedo incluso contar que mi vida transcurre
al son de mis propios pasos y no de los tuyos;
pero al final siempre termino donde tú estás,
y no donde mi razón quiere llevarme.

Puedo creer que desando los caminos
que me tocaron recorrer,
que borro mis huellas y oculto
las ramas rotas de los árboles
que un día abrigaron nuestro amor
y nos ocultaron de las miradas indiscretas
o de las búsquedas no deseadas.

…pero más temprano que tarde
llegarán los primeros bostezos de la noche
y los sueños vestidos con tu piel
se adueñarán de cada momento
y de cada instante respirado;
de cada minuto y de cada segundo imaginado,
hasta que el color violeta de la mañana
me tienda la mano para salvarme,
una vez más, del veneno de tu mordedura
o del hechizo que me impide
volver para siempre
a mi perturbado mundo real.

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Futuro




Es posible que sea verdad.

                              Ya decía Benedetti que,


                                           “cada futuro tiene trazos

                                             que son pedazos del pasado…”



pero no entiendo como a cada paso
aparecen nuevos pasados,
muchos de ellos incompletos,

                                           …otros inacabados,

que confluyen en un presente único,
imperceptible y efímero;
que deja de ser futuro
rompiendo en mil pedazos,
en mil pretéritos imperfectos
que solo se encontrarán
el día, espero lejano,
de mi muerte.

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martes, 11 de septiembre de 2012

Navegando en círculos




Tantas veces he naufragado
entre las sombras de la noche,
que ya formo parte indisoluble
de las paredes rocosas del acantilado.

Desde allí, sin quererlo,
me he convertido
en testigo invisible
del paso de mi existencia.

Por eso se que llegará otra noche,
y el filo resplandeciente
dibujado por el faro,
rasgará con la precisión
de las manos de un cirujano
las turbulentas aguas
que arrastrarán de nuevo a mi barco
a los abismos tenebrosos
y oscuros de la nada.

Y como cada nuevo sueño,
no quedarán restos de mi naufragio
que puedan ser encontrados,
ni se oirán mis gritos silenciosos,
aprisionados en una botella de cristal
que navega a la deriva
dejándose acariciar por las corrientes.

Solo la sonrisa violeta de la mañana
y el guiño cómplice del alba
harán revivir a mi agotado corazón;
y el abrazo apasionado de los vientos del oeste
me preparará para una nueva muerte,
que irremediablemente acaecerá
navegando con el mismo barco de siempre,
en los mismos mares y con las mismas
corrientes de siempre,
pero con una luna diferente.

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© 2012– texto y fotografía.- José Ignacio Izquierdo Gallardo

martes, 4 de septiembre de 2012

(Des) espera (ción)






Singular espera de silencio
abrazado por los primeros
vientos del otoño.

Frío en la mirada fría de la noche.
Lamentos surcando mares infinitos
reflejados en el iris de tus ojos.

Las sombras de la ciudad perturban mis pensamientos
mientras juegan al escondite
amparadas por la tenue luz de las farolas.

La piedra de sus muros,
hoy herida de muerte por el dolor del alma,
es testigo mudo
de mi (des) espera (ción).

¿Y si nunca exististe?

¿Y si no existes nunca?

Las aguas sucias del río
arrastran las letras de mis versos a ti dedicados;
palabras que nunca llegarán a la mar
inundada de lágrimas olvidadas,
y se hundirán en el fango de su lecho,
donde el tiempo futuro, cuando ya no exista mi cuerpo,
podrá rescatarlas del destierro obligado
y ofrecerlas a los amantes sin amor,
y a los amores sin amantes.

Singular espera de silencio
abrazado por los primeros
vientos del otoño.

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