domingo, 12 de septiembre de 2010

Alborada sin recuerdos



  Los primeros rayos de luz se reflejan en el cristal opaco de la ventana. Parece que el astro rey, un día más, ha ganado la batalla al Sr. De la Oscuridad; a ese monstruo cruel que ahoga mis esfuerzos por conocer quién soy, a ese Caballero de la negra armadura que no me permite saber si la imagen que de ti tengo es real o si es fruto de la irrealidad de mi mundo imaginario.
     Lucho con todas mis fuerzas para recatar de mi memoria todas aquellas cosas que no recuerdo de ti. Quiero creer que en algún rincón guardé las caricias y los besos que tal vez me diste; las palabras que quizás algún día me dijiste; las miradas y las sonrisas que seguro vi en tu olvidado rostro y que sin embargo no encuentro.
     Miro a mi alrededor intentando retener en mi cabeza todo lo que mi limitado mundo me ofrece, sabiendo como sé, que no puedo esperar nada de mi búsqueda. Noto tu presencia a mi lado, o al menos quiero pensar que la siento; aunque tengo dudas de si siento lo que siento, o si lo que siento es sentir.
     La mañana avanza mientras las nubes amenazan con atormentar de nuevo mis pensamientos. Busco entre la gente que me rodea alguna cara conocida, pero no reconozco ninguna. Oigo sus risas, sus voces, sus palabras. Siento sus caricias, sus abrazos, pero no reconozco nada, ni a nadie. Me llaman por mi nombre, que ellos saben mío y que a mí me resulta tan extraño como las historias que me cuentan, como todas las palabras que me dicen, como todos los colores que veo y todos los olores que huelo, como todas las miradas que siento.
     Quiero escapar y respirar tranquilo. Quiero sentirme libre dentro de la cárcel en que se ha convertido mi mente y poder abrir de par en par las puertas del penal en que se ha trasformado mi vida,… pero no creo que lo que vivo sea vivir. No sé si me acordaré como salir de aquí. Ni siquiera sé si recordaré como soñar que salgo, ni como ser libre entre los barrotes inexistentes de mí sufrir.
     Quiero andar, pero no sé cómo se anda. Quiero volar, pero tampoco sé cómo se vuela. Quiero encontrar la llave de la caja donde algún día escondí mis recuerdos y cerrarla para siempre para que ningún otro pueda escaparse.
     Veo gente que me mira y que me habla, pero no entiendo lo que me dicen, ni lo que esperan de mí, ni lo que sienten, ni porque ríen mientras yo lloro por dentro, aunque tampoco sé si esto es llorar. La verdad es que ya no recuerdo ni como se ríe, ni como se llora, ni como son las lágrimas que hoy no recorren mis mejillas.
     Rezo sin saber muy bien si hay alguien a quien rezar, pero pido a quien me escuche, que me regale un minuto de su tiempo, solo un minuto, para poder reunirme con mis recuerdos y para memorizar como se muere, pero… ¡joder!, tampoco sé lo que es morir ni lo que significa el término vivir; ni cómo se vive, ni como se muere.
     Seguiré sentado en esta silla de ruedas mientras las nubes pasan, mientras la lluvia caiga, mientras el sol ilumine tu cara antes de que la oscuridad se adueñe de mi noche, como ya lo ha hecho con mi mente. Seguiré sonriendo mientras pronuncian nombres que ya no recuerdo, sin entender lo que me dicen, y lo que es peor, sin saber si tus ojos me miraron alguna vez; si alguna vez me amaron como yo no recuerdo haberte amado. Seguiré sin recordar el olor de tu cuerpo, ni el sabor de tus besos, ni el roce de tu piel. Seguiré sin saber si la imagen difuminada de tu silueta esculpida por mis imaginarias manos, es la que aparece en mis sueños entremezclándose con mi realidad soñada.
     No sé si me queda tiempo para odiar lo que siento, o si es normal no sentir nada por lo que odiar, por lo que querer, por lo que vivir, por lo que morir.
     La luz volverá a ganar su batalla diaria, y yo la estaré esperando para encontrarme con la misma gente, con las mismas caras desconocidas, con las mismas personas con las que compartir los largos minutos que parecen detener el paso de mi tiempo. Volverán las sonrisas y las caricias, sin saber por qué sonrío, ni por qué me acarician. En algún momento oiré tras la puerta el llanto furtivo de quien me cuida, sabedora, como es, que nunca más será por mí recordada; de quien me ama, a sabiendas de que yo ya no sé lo que significa la palabra amar; de quien me acaricia y me besa sin esperar recibir mis caricias y mis besos; de quien conoce que mi amor ya no le pertenece, y aún así, me sonríe cada mañana.
     ¡Qué lenta agonía padecen los que a mí alrededor corren, y hablan, y gritan, y lloran, y miran, y tocan, y sufren, y ríen,… y todavía esperan! ¡Qué lento desconsuelo padecen aquellos a los que miro sin ver, aquellos que por mí viven en un “sin vivir”, mientras yo muero en un “sin morir”!
     Veo salir el sol muy despacio por el horizonte de otro amanecer sin recuerdos, de otra bella alborada que cubre de rocío mis marchitos pensamientos.

…A Luís.
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© 2.009 – texto y fotografía.- José Ignacio Izquierdo Gallardo
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