sábado, 19 de febrero de 2011

Encuentro
























“Lo que voy a contar no puedo decir que por no pensado, no fuera deseado. Sé que aquello cambió una parte importante del devenir de mi futuro. Pero hubo algo más. Hubo mucho más”


Fue un encuentro casual, como casual fue que me hallara de viaje de trabajo en aquella ciudad, en aquella terraza, en aquel hotel. No puedo explicar con palabras las sensaciones que sentí al ver a Sofía ante de mi mesa. Ese brillo en los ojos, esa sonrisa que tan bien recordaba. Habían pasado más de veinte años desde la última vez que la vi; desde la última vez que la desee. Aquel lejano día ella iba vestida de “blanco” y su vida tomaba un camino que se alejaba para siempre del mío.

Su vestido de seda negra dejaba adivinar su escultural figura. Tenía la sensación de que nada había cambiado, que el tiempo para nosotros, apenas había avanzado, que todo seguía como antes, que el antes se había convertido en presente y que nuestro presente había ayudado a borrar nuestro pasado.

Se sentó junto a mí. Reímos, lloramos, bebimos y volvimos a reír. Hablamos de nuestros recuerdos, de nuestros amigos, de nuestra historia. Hablamos de nuestras vidas separadas, de nuestras familias, de nuestros trabajos y de nuestros proyectos, y también de nuestras fantasías de juventud y de nuestras promesas incumplidas. En definitiva, nos pusimos al día de todo lo acontecido en nuestros diferentes caminos. Todo parecía tan cercano y tan natural…

A los dos la vida nos había tratado relativamente bien. Sofía continuaba felizmente casada con Sergio y tenían una preciosa hija de dieciocho años. Dirigía un importante y conocido laboratorio farmacéutico, y seguía tan bella como siempre. Yo, también estaba casado y con dos hijos, que cada vez me necesitaban menos. Creé un despacho de abogado que con el tiempo se convirtió en una sociedad jurídica de gran relevancia. Eso me había otorgado una importante reputación en el sector, por lo que era reclamado para dar conferencias en gran número de países. El encuentro con Sofía fue una grata casualidad que nunca me hubiera imaginado que pudiera pasar. También fue casualidad que Paz, mi mujer, no me acompañara en aquel viaje, pero una inoportuna enfermedad familiar le impidió salir de Madrid. Era la primera vez que no estaba a mi lado en uno de mis viajes.

La noche se nos echo encima y nuestros quehaceres del día siguiente aconsejaban que nos retiráramos a descansar. Quedamos a cenar al día siguiente para seguir hablando de nuestro pasado.

“… los minutos parecían detenerse a cada instante y la noche tardó una eternidad en hacer su aparición…”

Cuando llegué al restaurante Sofía ya me estaba esperando. Su sonrisa acentuaba aún más su belleza. Tengo que reconocer que me sentí alagado y orgulloso de ser yo el destinatario de su compañía.

Durante la cena, no paramos de reírnos. La complicidad que un día tuvimos se mantenía intacta, y eso nos hacía sentir a los dos. Por un momento nos olvidamos del resto de comensales que abarrotaban aquella sala. Por un momento el reloj de la vida se paró y la gente desapareció. Por un momento solo existíamos ella y yo, nada ni nadie más. Solo ella y yo.

Ya no hubo más palabras en toda la noche. Ya no se oyeron más risas, ni se pronunciaron más recuerdos. Solo caricias y besos; solo miradas; solo silencios.

Me produce escalofríos rememorar lo que ocurrió entre aquellas sábanas. Toda una noche llena de matices y olores olvidados. Llena de piel erizada y sudorosa. Llena de pasión y de locura.

Su lengua se fundía con la mía, mientras sus manos se aferraban a mi desnudo cuerpo, mientras mis pensamientos más oscuros se perdían más allá del horizonte. Deje mis ojos abiertos intentando congelar ese momento que los dos sabíamos efímero. Sentí como sus ardientes labios derretían los míos. Los dos parecíamos resignados tras perder la batalla contra nuestras respectivas conciencias; si es que plantamos batalla; si es que tuvimos conciencia.

Por una noche juntamos nuestras existencias como si de una sola se tratara. Mis besos jugaron con su cuerpo mientras su boca lo hacía con el mío. Nos amamos intensamente, sabedores de que aquella sería la última vez que nos veríamos, sabedores de que nuestros pasos seguirían por diferentes caminos, que nunca más volverían a cruzarse.

El amanecer nos recibió entre caricias y miradas de complicidad. Dejamos que los primeros rayos de luz bañaran nuestros cuerpos mientras en silencio, y el uno junto al otro, nos quedamos dormidos a la espera de que aquel sueño, aquellas sensaciones, no desaparecieran para siempre.

El sonido del teléfono rompió aquella mágica realidad. Sofía ya no estaba a mi lado. Se había marchado tal y como llegó, en silencio, como si de un espejismo se tratara.

Las revueltas sábanas de la cama eran el testigo mudo de nuestro apasionado encuentro; las sabanas y los restos mi conciencia esparcidos por toda la habitación.

Durante el largo viaje de vuelta a casa no paré de pensar en las sensaciones vividas con Sofía. Recordé cada una de sus caricias, que removieron los cielos y los infiernos, los sentidos más ocultos y los placeres más inciertos. Tengo guardado en mi memoria el sabor de sus labios. Me estremezco al recordar como su boca me devoraba, como sus besos me calmaban, como sus manos me tocaban.

Una mezcla de sentimientos enfrentados me perseguía mientras subía las escaleras de casa. Me sentía culpable ante mi mujer, ante Sofía y ante mí mismo. Me sentía cansado por el viaje e invadido por una extraña excitación. Paz me esperaba despierta, sonriendo de forma pícara y excesivamente cariñosa. Me resultó extraño encontrarla tan ansiosa por verme, por tenerme, por sentirme. Hicimos el amor como no recordaba haberlo hecho con ella en muchos años. No sé cuando la pasión se convirtió en rutina, pero ahora reaparecía renovada. Tampoco recuerdo el tiempo que había pasado desde la última vez que note sus caricias y sus manos; sus besos, sus pechos. Yo miraba en silencio. Paz solo sonreía, miraba y callaba.

Volvieron las caricias y el deseo desaparecido. Volvieron los besos y la excitación no fingida. Otra noche también deseada, aunque desde hace tiempo no pensada.

A mañana siguiente le tocó el turno a las palabras, a las miradas, a… Algo había cambiado no solo para mí aquella semana.

- ¿Sabes a quién me encontré este fin de semana en la galería de Javier, cariño? – No te lo vas a creer. Te acuerdas de Sergio, si hombre, ese que se caso con… - ¿Cómo se llamaba tu ex?, ah, si Sofía. Pues ha venido de París y hemos cenado juntos. Sigue tan guapo y tan simpático como siempre y me dio muchos recuerdos para ti. ¡Fíjate que casualidad!, Sonia también ha estado la semana pasada en New York, como tú. Hubiera sido una gran sorpresa si os hubierais visto allí, ¿verdad?

Noté como las manos me sudaban y el corazón se aceleraba. Recordé que Sergio fue el que me presentó a Paz cuando Sofía me dejó. También recordé que había mantenido una corta relación con Paz; ¡Pero no! ¡Eso no...!

Ha pasado algún tiempo y mi relación con Paz ha dado un cambio radical. No hubo reproches ni preguntas. Solo amor renovado y deseado.

De Sofía no he vuelto a saber nada, aunque en las largas noches sigo soñando con ella, y siento como su lengua juega con la mía mientras su mano busca con avidez mi deseo y mi deseo espera con ansiedad su mano. Siento como sus besos me ahogan y como mi imaginación se deja llevar y recorre mi tiempo, su tiempo, nuestro tiempo.

En la cama, a mi lado, Paz sigue sonriendo en silencio. Una extraña excitación la acompaña en sus sueños.
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© 2009– texto y fotografía.- José Ignacio Izquierdo Gallardo







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