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La ciudad
despierta en blanco y negro.
La bruma silente
de la noche
va dibujando sus
calles
mientras anuncia
su retirada.
Arterias
desiertas sin sangre
donde solo mi
figura vestida de blanco
destaca sobre el
frío gris
de este nuevo
acantilado urbano.
No hay perros ni
gatos;
no hay ratas ni
coches.
No hay nada.
No hay nadie.
Encamino mis
pasos desnudos
a la búsqueda de
colores y calores,
al encuentro de
miradas.
Ya no oigo
respirar a la ciudad,
no siento el
calor de sus venas
ni escucho los
gritos
de quien pudiera
estar
escondido entre
la niebla.
Las luces
apagadas,
las cuencas vacías
de los ojos
de los semáforos,
hacen temblar
todo mi ser.
Solo silencio.
Solo espacio
infinito
donde enterrar mi
cuerpo
después de
expiar mis pecados,
de rezar por
nuestras almas,
y de llorar por
vuestra pérdida.
La ciudad permanece inerte,
y yo me he
quedado atrapado
en el laberinto
de grises calles
vacías de vida,
sin encontrar la
salida.
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© Textos y fotografía by José Ignacio Izquierdo Gallardo© Se permite el uso personal de los textos, datos e informaciones contenidos en estas páginas. Se exige, sin embargo, permiso de los autores para publicarlas en cualquier soporte o para utilizarlas, distribuirlas o incluirlas en otros contextos accesibles a terceras personas.
1 comentario:
Qué bonito aunque triste. ¿Premonición? Parece que los escribieras hace dos meses. Un abrazo, amigo.
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