Juan
está nervioso y no lo puede ocultar. Lleva toda la tarde inquieto sin parar de
pensar en dios sabe que. Se sienta en su sillón orejero, descolorido por el
paso del sol de las mañanas y por el andar casino de ese tiempo que es incapaz
de detener el movimiento amenazante de los minutos. Coge un libro cualquiera,
de los cientos, o quizás miles de volúmenes que cuelgan de las paredes del
apartamento, y lo abre; y lo cierra; y lo deja sobre la mesita junto a la taza
ya vacía de café y el cenicero lleno de colillas inacabadas, y se levanta.
Recorre
el largo pasillo de crujiente suelo de madera que llega hasta la puerta misma
de la cocina, y entra; y sale; y vuelve sobre sus pasos para sentarse de nuevo
en el sillón orejero que da la espalda a la única ventana de la habitación,
fiel testigo del paso de cientos de historias que ocurrieron a uno y otro lado
de sus cristales.
Se
enciende otro cigarrillo y, como quién disimula por si alguien le observa, mira
de reojo buscando el teléfono inalámbrico que está oculto por unos periódicos
atrasados, pero el mismo silencio que ahoga la noche, inunda la pequeña
estancia repleta de viejos recuerdos, de fotografías, de libros y cuadernos
apilados por cualquier parte, y de olores retenidos en cada uno de sus cuatro
rincones.
Ya
no puede más. La angustia agarrota sus
músculos y le impide pensar con claridad. Sabe que tiene que huir de allí. Sabe
que tiene que buscar el aire fresco y húmedo de la noche para poder respirar,
pero también sabe, que quién le viene a buscar, tarde o temprano terminará por
encontrarlo.
Ya
está en la calle. Se sube el cuello de la gabardina y comienza a caminar bajo
el manto de agua que le engulle en la oscuridad. Lleva la mirada fija en
ninguna parte y el paso decidido, hasta que al doblar la esquina se para en
seco y se queda inmóvil junto a una farola que ilumina la fachada ruinosa de la
antigua tahona de doña Manuela, donde antaño su madre compraba los panecillos
recién hechos que impregnaban con su olor todas las calles del barrio.
Nadie
escucha su llanto. Nadie es testigo de cómo la lluvia se mezcla con sus
lágrimas saladas. Nadie puede oír las palabras que salen de su garganta,
mientras se deja caer de rodillas sobre la acera.
Pasan
los minutos, o quizás pasan las horas. Ha dejado de llover y las primeras luces
anuncian la llegada de una nueva mañana cargada de gris. La vida conquista las
calles despertando lentamente de los sueños de la noche. Los vehículos avanzan
imparables hacia el lugar de siempre, y los viandantes corren por las aceras
sin reparar en el cuerpo inerte de Juan. Solo la efímera figura de doña Manuela,
que deambula como cada mañana apoyada en su bastón de ébano, se percata de la
presencia de un cuerpo abrazado a la farola frente a su antigua tienda.
Se
queda mirando a Juan que ya tiene el rostro desencajado y la piel reblandecida
por la humedad de la noche. No puede evitar
esbozar una sonrisa al darse cuenta que en los ojos de aquel hombre
falta ya la mirada, y que la rigidez de su cuerpo anuncia el paso hacia la
nada.
Dan
las ocho en el reloj de la plaza. Comienza a llover de nuevo y las nubes
oscurecen el cielo. Todo el mundo corre a refugiarse de la furia de las aguas
mientras que con paso lento se ve alejarse a doña Manuela, pero esta vez no
camina sola, el alma de Juan avanza a su lado, en silencio.
------------------------------------------------------------------------------------------
© Se permite el uso personal de los textos, datos e informaciones contenidos en estas páginas. Se exige, sin embargo, permiso de los autores para publicarlas en cualquier soporte o para utilizarlas, distribuirlas o incluirlas en otros contextos accesibles a terceras personas.
© 2012– texto y fotografía.- José Ignacio Izquierdo Gallardo
© Se permite el uso personal de los textos, datos e informaciones contenidos en estas páginas. Se exige, sin embargo, permiso de los autores para publicarlas en cualquier soporte o para utilizarlas, distribuirlas o incluirlas en otros contextos accesibles a terceras personas.
© 2012– texto y fotografía.- José Ignacio Izquierdo Gallardo
No hay comentarios:
Publicar un comentario