Me invocas hasta desgastar mi nombre.
Desvalijas cada una de sus letras
y las ocultas en la espesura
del bosque de la niebla.
Un hombre sin nombre;
un rostro sin mirada;
un llanto sin lágrimas.
Sabes que con ello me condenas
a vagar entre la nada,
con el alma cautiva
anclada con grilletes de oro
a las puertas del infierno.
Me aterroriza adentrarme
a buscarlas por los caminos sin senda,
y escuchar el aullido del lobo
y los gritos de la noche
abrazados a mis miedos.
Me resigno a morir un poco cada día
hasta encontrar la manera
de liberarme de tus cadenas,
o a vivir un poco cada noche,
abocado a recordar tu nombre
y a guardar luto
por cada uno de mis sueños.
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© 2012– texto y fotografía.- José Ignacio Izquierdo Gallardo
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